miércoles, 22 de noviembre de 2017

El sueño de la tierra

El viernes pasado celebramos en nuestra escuela Waldorf la Fiesta del Farol. Los niños fabrican unos preciosos farolillos con papeles de acuarela, cuerdas y ramas. Colocan una velita dentro y, entre cánticos y devoción, se adentran en el bosque y en la oscuridad de la noche. La pequeña luz que portan representa la llama que se mantiene viva en nuestros corazones mientras el sol duerme; mientras las noches amenazan con engullir los días, mientras el frío cala los huesos... Al ritmo de la música la luz se fija en los corazones y los mantiene calientes hasta la llegada del nuevo sol. La espera será más grata si por un tiempo dejamos de buscar fuera para encontrar la luz en nuestro interior. Es tiempo de hogar, de esperanza, de reuniones alrededor del fuego...
Nosotros también hacemos nuestra fiesta. Celebramos nuestro valor al enfrentarnos a la oscuridad y al frío. No parece tan amenazante el azul prusia sobre el envolvente y vivo lecho otoñal que hemos creado antes. Es nuestra luz, nuestro farol. Cómo disfrutamos recreando las hojas de colores que tintinean en las ramas antes de caer y formar el bello manto que arropará a la tierra durante el invierno. Su interior se impregnará de esa alegría, mantendrá vivo y expectante su cristalino corazón, empapado durante la época blanca del recuerdo de los astros que la nutren, y que harán brotar la nueva vida que ha de surgir.
El ensueño púrpura, dorado y bermellón despierta con las líneas oscuras, en una reconfortante danza entre perderse en la mancha y despertar en la línea; entre luz y oscuridad; entre sueño y vigilia... Ese ritmo que tan bien conocemos... Mi alma se regocija, una vez más se enfrenta con valor a nuevos retos, y sale victoriosa. Y siempre, siempre, agradecida.




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