- La siento aquí, en la boca del estómago. Me oprime. Tengo que soltarla, y estallo en una explosión oscura y perturbadora. La ira lo mancha todo, me sacude y salpica a los que están cerca, aunque no tengan nada que ver con la situación. El humo y las cenizas apenas me dejan ver la luz, que adivino detrás. Esa imagen me devuelve la serenidad.
Mi ira es oscura, fría y profunda. Sale proyectada desde mis entrañas hacia el mundo. Es devastadora. Recreo aquella sensación, y la libero sobre el papel, en una explosión inofensiva de color.
Me siento mejor, he canalizado la cólera mediante el proceso artístico, y ahora puedo objetivizarla, y tener dominio sobre la situación, en vez de hallarme sometido por los acontecimientos.
- Para mí, la ira es oscura, de un azul que se retuerce alrededor de mi estómago. Casi negro. Está muy claro, lo veis ¿no? Está ahí dentro, esperando el momento en que esté desprevenida, para estallar, inundar de tinieblas aquél día. Sí, salió. Pero no me hace bien, no tanto como esperaba. Aunque ahora es algo que está fuera de mí, y eso hace más fácil el proceso: yo no soy mi ira. Me siento bien, porque soy capaz de verme en el trazo más sutil...
- No, la ira no tiene color. Es un agujero negro, una ausencia de mí misma, un enorme vacío. Donde van a parar todas las emociones sin identificar: miedo, apatía, tristeza... No la reconozco, se mezcla en ese mar de confusión. Pero algo percibo: esa dirección que, como una flecha, se lanza contra su objetivo. Me quedo extenuada tras su paso...
- Por fin me dejo. Sabía que estaba ahí, la veía, pero me negaba a reconocerla. Es como un fuego devorador que todo lo arrasa. Ahora que la tengo cara a cara, quiero que salga, no es mía. La situación sigue estando ahí, es la que es, pero no necesito reaccionar airadamente. Una posición aparentemente contradictoria, en la que por un lado siento el daño que ocasiona. al ser liberada sin control; y por otro lado, me siento satisfecha de mí misma por haber sido capaz de abrir esa puerta, de clamar al mundo mi ultraje.
- La ira se aferra a mis entrañas, fría y oscura. Y un día se desata, se expande, acaba con todo a su paso. Puedo dejarla atrás, no soy yo, la suelto, la dejo ir. Respiro profundamente y sigo mi camino silbando alegremente.
- Ese trazo casi violento, que reclama identidad propia, como una bofetada al papel, es mi ira. Me hubiese bastado ese gesto, pero permanecí a su alrededor, observando sus efectos, las cenizas, el caos... Me dejé ir, un atisbo de arrepentimiento se cruzó ante mis ojos durante una fracción de segundo, pero se esfumó y continué vomitando negro. Ya no está, se fue... Ahora quedan separados, a un lado aquel hecho abominable, y al otro, la furia desatada. No tienen porqué mezclarse, ahora lo sé...
Excelente!!!
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